A DÓNDE VAMOS
Alicia en el país de las maravillas,
Lewis Carroll
Hay una escena que se produce con mucha frecuencia en Docamar. Un cliente entra por la puerta y escudriña con la mirada el local buscando aquellos pequeños detalles del bar tal y como lo había conocido mucho tiempo atrás. A veces podemos leer en su expresión cierta decepción. Ocurre entre los más nostálgicos. Aquella estampa que guardaba en la memoria ya no existe; el tiempo ha pasado por sus recuerdos igual que lo ha hecho sobre su vida.
Pero también se da el caso contrario. Aquel cliente que, a pesar de los muchos cambios habidos en el bar, sigue encontrando en Docamar la misma esencia, sus señas de identidad, un sabor inconfundible que lo hace único.
Para mí, este sabor va más allá de las bravas. Es algo especial que no sé definir, como un gran misterio. Lo intento. Por eso busco yo también en mi memoria algo que sea capaz de describirlo. Entonces despiertan cientos de imágenes de ayer con la misma intensidad que si las estuviera viviendo hoy.
Quizá, de entre todos los recuerdos que guardo como un tesoro me quede con el del bar que conocí siendo niño, cuando mis padres nos traían a mis hermanos y a mí a hincharnos de bravas. Aquellas visitas esporádicas eran una auténtica fiesta para nosotros. Primero, porque no eran frecuentes. Es lo que tenía vivir en la otra punta de Madrid. Pero, sobre todo, porque ya existía aquí ese algo que sigo sin saber explicar. Ese no sé qué que convertía aquel sencillo bar de barrio en algo muy especial.
Yo ya no soy aquel crío que disfrutaba comiendo patatas bravas sin preocuparse de mucho más. Tampoco el Docamar está igual que cuando tomé el relevo de mi tío Jesús. Al igual que nos ocurre a las personas, también el paso del tiempo es inmisericorde con los negocios. Las instalaciones se oxidan, los camareros más antiguos se jubilan, los gustos de los clientes ya no son los mismos… Todo necesita renovarse. Ya lo dice ese dicho tan conocido: cambiarlo todo para que nada cambie. Porque ahí es donde está la dificultad de las transformaciones, no tanto en llevarlas a cabo, sino en saber hacerlas sin perder la identidad. Por eso, cuando veo en la mirada de alguno de esos clientes que regresan tras muchos años sin visitarnos reconocer el bar de siempre, no lo puedo evitar, se me alegra el día.
Docamar no tiene ni la misma fachada, ni los mismos camareros ni las mismas mesas. Pero sigue siendo en esencia lo que siempre aspiró a ser, el bar del barrio.
Raúl Cabrera es nieto de Donato y dirige Docamar en la actualidad